Arequepay

¡Arequepay!
Acepto tu muy extraña voz.
¡Orgullo siento al contemplarte
tan peruana, tan bella, tan enhiesta!

Algo quedó de mí, al yo dejarte
inolvidable ciudad maravillosa,
que entrañas blancas de la tierra mía,
te hacen inmortal, bella y bravía.
Algo quedó de mí entre tus parques,
en donde juega un rumor de amor y río,
y entre las nubes que atisban tus secretos
y en los juegos nevados que te celan.

Algo quedó de mí entre tus rejas,
en tus plazuelas tiernas y en tus calles,
calles que acaricié, y en tus portales
y en el ámbito diáfano que rasgan
campanas cimarronas catalinas.
Y algo quedó también en tu campiña,
el Misti, que quedó sin ver el mar,
y se quedó a tu lado fiel, vuelto volcán,
trocó su sed de mar en sed de amor
y dulcemente te sirve de guardián.
Él te da su vigor, te da tu afán,
su ardor con nieve aplaca por tu amor
y regala su vista al vestir tú,
el traje de sillar que te entregó.

Luz que le da fulgor a la luz misma
y se desprende de tí, hecha de gloria,
por haber sido ariete en nuestra historia
y conservarte tan pura y tan señera.
Y entre la piedra que regaló la tierra,
oí tu voz, forjada en sillería,
que algunos siglos atrás mi raza oyera
y se rindiera a tu encanto y se quedara.

Graciosa majestad,
aún te escucho decirme hospitalaria,
¡Arequepay! ¡Arequepay!

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